Sunday, August 24, 2008

Apropiarnos de nuestra responsabilidad como usuarios del mundo

Aprendí ayer que Picasso decía "no pinto lo veo, sino lo que pienso". ¿Enfrentamos con la misma visión nuestra vida cotidiana, dedicando sistemática y conscientemente tiempo para pensar aquello que pintamos en nuestra vida? Vivir es creación permanente en los negocios, la casa, el matrimonio y cada pequeño acto que enfrentamos. Pero, ¿lo hacemos con el desafío de crear algo nuevo, innovar, desarrollar? La vida se parece mucho a un lienzo en blanco, una permanente posibilidad abierta en caminos infinitos que solo a veces somos capaces de ver. La vida es simplemente maravillosa, lo más hermoso que tenemos y su poesía (del Griego poiesis, que significa crear, hacer) consiste en poder inventarla cada día.

Hay muchas cosas que inundan nuestro ser cotidiano en las más diversas esferas de la vida: las tareas rutinarias, las complejidades que aparecen a última hora (como deben precisamente hacerlo). Sin embargo existe un elemento que determina buena parte de nuestra existencia, el mercado. Hemos cambiado el lenguaje y nos referimos a este espacio como "la Economía", sin embargo desde hace mucho ese espacio es el lugar donde los humanos intercambiamos aquellas cosas (físicas y no materiales) que requerimos para vivir. El mercado es mucho más que una abstracción económica, un dato, es un evento cierto y más que relevante en nuestras vidas cotidianas. Independiente de cuanto nos agrade y más allá si lo queremos u odiamos, este espacio es una realidad a la cual no podemos escapar. ¿Hemos convertido este espacio de relación con otras personas y otras empresas una prisión horrorosa o existe la posibilidad que contenga las posibilidades para el desarrollo de nuestras potencialidades? ¿Grilletes o pinturas para pensar esta vida? Pensarnos a nosotros y en ésta circunstancia es una actividad no menor, compleja, pero sin duda necesaria para una posible apertura de nuevos mundos.

La comunicación al igual que el mercado es un evento en si misma. Es imposible evitarla, al punto que al cortarla hacemos con dicho acto una afirmación de la misma. Esto es perfectamente aplicable a la esfera que denominamos el mercado actual; las empresas se comunican permanentemente con sus clientes, desde la venta, la publicidad, los vendedores, la papelería, la vitrina, sus accionistas, etc. No puedo dejar de preguntarme, ¿las empresas con sus comunicaciones son una invitación a pensar una vida con sentido, una vida que al ser vivida permita llenar de colores y texturas nuestro lienzo? Será que al pensar una comunicación con ese sentido, pondremos fin a las comunicaciones como las desarrollan las corporaciones hoy, o estaremos enfrentando con una nueva lógica la comunicación cotidiana que inevitablemente tenemos con las empresas. Las personas no somos tontas, ni usted ni yo, y menos quienes trabajan en las empresas; finalmente todos lo hacemos de alguna manera. No podemos seguir tratando a los receptores de los mensajes como si fueran tontos, porque creamos o no, a la larga estas cuentas se pagan a un valor no menor.

Las empresas y las personas viven en la misma esferas, pero en mundos separados. Las empresas contratan expertos para saber qué piensan las personas. Las personas que trabajan en las empresas no saben lo que las personas de la calle dicen sobre las personas que trabajan en las empresas, y finalmente nadie sabe nada o bien se cree saber algo que a la larga se prueba irrelevante. En este discurso delirante hay algo que nos puede hacer salir del ciclo, un común denominador en este complejo problema: las personas. Somos todos los mismos. El mercado puede ser comprendido como el conjunto de acciones que cada uno de nosotros ejecuta en ese espacio en donde ocurren las transacciones. Aquello que hacemos todos los días, en el mall, la feria o Internet, hacen que el mall, la feria e Internet sigan operando y ellos en esta operación conjunta, nos rehacen en un ciclo permanente. Si no entendemos que el proceso es así de complejo y simple, de una apropiación conjunta y permanente, no podremos operar con libertad en la tarea de hacernos a nosotros recreando nuestras vidas todos los días. No es una guerra, es una obra en la que estamos todos embarcados. Si vale o no la pena poner colores aquí o allá, o si es suficiente tener dos colores o más no es lo central. Lo fundamental es recuperar nuestra libertad frente a nuestras opciones. Quizá nunca la hemos perdido, sino simplemente la hemos convenientemente cedido. Pintar la vida y el mundo es nuestra tarea, irrenunciable, intransferible.